martes, 23 de abril de 2024

“Yo Soy la Luz”

 


“Yo Soy la Luz” (Jn 12, 44-50). Jesús se llama a Sí mismo “luz” y en realidad lo es, porque al ser Dios, es la Luz Increada y Eterna en Sí misma. Jesús es el Cordero de Dios y el Cordero de Dios es, según el Apocalipsis, “la Lámpara de la Jerusalén celestial”, es la Luz del Reino de los cielos, por esa razón el mismo Apocalipsis dice que quienes estén en el Cielo no necesitarán “ni luz de lámpara ni luz de sol”, porque los alumbrará el Cordero, Cristo Jesús.

Con respecto a la afirmación de Jesús de que es Él “la luz del mundo”, debemos preguntarnos qué clase de luz es y qué significado tiene desde el punto de vista sobrenatural. En la Biblia, la luz es sinónimo de gloria divina y esto porque el Acto de Ser divino trinitario es en Sí mismo luminoso; el Ser divino de la Trinidad es Luz Eterna, Increada, porque es gloria divina. En Dios, su gloria es luz y por esta razón la luz es sinónimo de gloria divina. Cuando Jesús se transfigura, al poco tiempo de nacer y luego en el Monte Tabor, en la Transfiguración, lo que hace es dejar ver, visiblemente, sensiblemente, por un instante, el resplandor de la gloria divina; hace ver que es Dios en cuanto Él, poseyendo la gloria divina, es al mismo tiempo la Luz Eterna, divina, gloriosa, que emana del Ser divino trinitario, como uno de sus atributos fundamentales.

Otro aspecto a tener en cuenta es que la luz que es Jesús, además de ser de naturaleza divina -por esto la luz artificial que conocemos es solo imagen de la Luz Eterna que es Dios-, es una luz viva, es una luz que tiene vida, pero no una vida cualquiera, sino la Vida misma de la Trinidad, que comunica de su Vida divina a quien alumbra. Esto explica la frase de Jesús: “El que cree en Mí no permanece en tinieblas”, refiriéndose obviamente a las tinieblas espirituales. Quien adora a Jesús Eucaristía, es iluminado, aun cuando no se de cuenta de ello, por el mismo Jesús, desde la Eucaristía, recibiendo de Él su luz divina y eterna, luz que le permite caminar por las tinieblas de este mundo sin peligro alguno. De esto se deduce el don inconmensurable de la fe en Cristo y en Cristo Eucaristía, porque quien adora la Eucaristía, vive iluminado por el Cordero de Dios, la Lámpara de la Jerusalén celestial. También de esto se deduce que, si de veras amamos al prójimo, debemos rezar por su conversión eucarística, para que nuestro prójimo también reciba la Luz Eterna, que concede la vida divina trinitaria, a quien ilumina.

“Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen”

 


“Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen” (Jn 10, 22-30). Los judíos le preguntan a Jesús si es o no el Mesías y Jesús les responde que ya se los dijo, pero que ellos “no creen”: “Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen”. Y luego les dice algo que tiene que ayudarlos a creer en que Él es el Mesías y son sus milagros: “Las obras -los milagros- que Yo hago, dan testimonio de Mí”. La consecuencia de no creer en los milagros de Jesús es el apartarse de Él y no formar parte de su rebaño: “Ustedes no creen, porque no son de mis ovejas”.

Es decir, Jesús se auto-proclama Mesías e Hijo de Dios, Salvador y Redentor de la humanidad, y para eso, no solo dice que es Dios, sino que hace “obras” -milagros- que sólo Dios puede y por esta razón atestigua, con sus milagros, que Él es quien dice ser, Dios Hijo encarnado. Si alguien se auto-proclama Dios pero no es capaz de hacer los milagros que solo Dios puede hacer, como los hace Jesús -resucitar muertos, multiplicar panes y peces, expulsar demonios, curar toda clase de enfermedades-, entonces ese tal es un estafador, un mentiroso y no es el Dios que dice ser. Pero Jesús no solo dice que es Dios, sino que hace obras que solo Dios puede hacer, por eso dice que sus obras dan testimonio de Él.

El problema de los judíos es que, viendo con sus propios ojos los milagros que hace Jesús, no es que no crean, sino que no quieren creer, lo cual significa que voluntariamente rechazan la luz de la gracia que Dios les concede para que crean en Jesús. Por eso su pecado, el pecado voluntario de incredulidad, es irreversible y los aparta de Dios.

Ahora bien, no solo los judíos cometen este pecado fatal, el de la incredulidad, no creyendo en los milagros de Jesús y apartándose así del mismo Jesús: también muchos católicos, luego del período de formación catequética, deciden no creer o mejor no querer creer en lo que aprendieron en el Catecismo, principalmente que Jesús es Dios y está Presente en Persona, con todo el Amor de su Sagrado Corazón, en la Eucaristía y es así que la inmensa mayoría de católicos, terminado el período de instrucción, abandonan voluntariamente la Iglesia, dejando a Jesús Eucaristía solo en el sagrario.

“Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen”. Cualquiera que acuda a la Sagrada Eucaristía con fe y con amor y en estado de gracia; cualquiera que haga Adoración Eucarística, puede dar fe que Jesús es Dios, es el Mesías, el Redentor y el Salvador de la humanidad. Si alguien no cree en estas verdades de la fe católica, es porque está cometiendo el mismo error de los judíos: no querer creer, para hacer, no la voluntad de Dios, sino la voluntad propia, que termina siendo la del Ángel caído. Y precisamente, esto último es lo peor que le puede sucede a quien elige no creer en Cristo: indefectiblemente, creerá y se hará esclavo del Anticristo.

 

 

sábado, 20 de abril de 2024

“Yo Soy el Buen Pastor”

 


(Domingo IV - TP - Ciclo B – 2024)

         “Yo Soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11-18). En esta parábola de Jesús, hay cuatro protagonistas: el Buen Pastor, que da la vida por las ovejas; el mal pastor o pastor asalariado, a quien no le importan las ovejas, sino el salario, la paga, es decir, trabaja solo para cobrar a fin de mes; el lobo, que desea destruir a las ovejas; finalmente, las ovejas, que a su vez se clasifican en dos grupos: las que “conocen la voz del Buen Pastor” y lo siguen dondequiera que vaya, y las ovejas que “todavía no están en el redil”, pero que son “propiedad del Buen Pastor”.

         ¿Qué o a quién representan cada uno de los personajes de la parábola?

         El Buen Pastor es, obviamente, Nuestro Señor Jesucristo, quien da la vida por sus ovejas, es decir, por las almas, en el Santo Sacrificio del Calvario. Él ama a sus ovejas, ama a las almas que Él mismo creó y que ahora están en peligro de muerte eterna y por eso no duda en dar su vida en rescate por las almas; el cayado del Buen Pastor es su Cruz, la Santa Cruz de Jesús y es con el cual va al rescate de sus ovejas. Cuando una de sus ovejas, aun escuchando la voz del Buen Pastor, decide alejarse de su Presencia, decide apartarse de los sacramentos y de la oración y así por culpa propia se pierde, extraviando el camino, y cae por un barranco -esa caída representa el pecado, sobre todo el pecado mortal-, en la caída se lastima gravemente, se abre su piel, comenzando a sangrar abundantemente, se quiebran sus huesos, al dar varios tumbos y golpear con las rocas antes de llegar al fondo del barranco; una vez en el fondo del barranco, la oveja, mal herida, no puede moverse por sí misma; está herida de muerte, sangrando, con sus huesos quebrados y de no mediar un pronto auxilio, morirá desangrada, de hambre y de sed o, lo que es más probable, morirá por causa de las dentelladas que el lobo le asestará con sus afilados colmillos. El Buen Pastor, Jesucristo, dejando a buen resguardo a las otras ovejas, sale con su cayado, con la Santa Cruz y con ella baja al barranco, desciende a las profundidades del abismo en el que el alma ha caído a causa de sus pecados y la cura con el aceite de su amor misericordioso, la venda con la gracia santificante, la alimenta con su Carne y con su Sangre, la carga sobre sus hombros y la lleva, barranco arriba, para ponerla a salvo de una muerte segura a manos del lobo.

         El mal pastor o pastor asalariado es cualquier sacerdote de la Iglesia Católica al que no le importa la salud espiritual de las almas, solo le importan las ganancias materiales que pueda llegar a obtener. Al mal pastor, le da lo mismo si sus ovejas adoran a la Santa Muerte, al Gauchito Gil, a la Difunta Correa; le da lo mismo si usan la cinta roja para la envidia, o la mano de Fátima, o el árbol de la vida, o el ojo turco. Cuando el mal pastor detecta señales de la presencia del Ángel maligno, del Ángel caído, huye, dejando a las ovejas a su suerte, sin protegerlas con la Santa Cruz de Jesús. El Mal Pastor por excelencia es el Anticristo, el cual entrega a las ovejas al Lobo del Infierno; los otros malos pastores, son participantes de la malicia del Mal Pastor.

         El lobo representa al Lobo Infernal, el Demonio, Satanás o Lucifer, el Príncipe de las tinieblas, el Padre de la mentira, el cual quiere apoderarse de lo que no le pertenece, las ovejas, es decir, las almas. Todas las almas le pertenecen a Dios Trinidad, por ser Él quien las creó, las redimió y las santificó, pero el Demonio, en su soberbia, en su orgullo, en su extrema malicia, pretende que las almas sean suyas y por eso pide a sus seguidores que lo adoren, a cambio de cosas que él no puede dar, como salud, dinero, amor. Es un mentiroso y un “homicida desde el principio”, como dice Jesús, porque a las almas a las que él ataca y logra seducir, las hace caer en pecado mortal, muriendo así a la vida de la gracia. El Único que puede hacerle frente es el Buen Pastor, Jesucristo, quien se enfrenta con el Lobo del Infierno con su Santa Cruz y lo pone en fuga, alejándolo de las almas y esto lo hace a través de los sacramentos, de los sacramentales, de la fe y del amor que el alma tiene a Jesucristo.

         Las ovejas representan a las almas de los bautizados, a los fieles que pertenecen a la Iglesia Católica; quienes rezan, cumplen los Mandamientos de la Ley de Dios, cumplen los consejos evangélicos de Jesús, frecuentan los sacramentos, hacen adoración eucarística, asisten a Misa y reciben a Jesús Eucaristía en estado de gracia, son las almas que “conocen la voz” del Buen Pastor, saben quién es Jesús, lo reconocen en cuanto lo oyen y lo siguen. En cambio las ovejas o almas que no se alimentan de la Eucaristía, que no se confiesan, que no obran la misericordia, no saben quién es Jesús, no lo reconocen por su voz y no sabe dónde está. Las ovejas que son del Buen Pastor y no están todavía en el redil, son las almas de personas de buena voluntad que, por haber nacido en el seno de una secta, se encuentran en las sectas o falsas iglesias, pero en cuanto reciban la gracia de la conversión, dejarán las sectas para incorporarse a la Iglesia Católica; cuándo sucederá eso, solo Dios lo sabe.

         “Yo Soy el Buen Pastor”. Debemos preguntarnos qué clase de ovejas somos: si somos las ovejas o almas que conocen a la voz del Buen Pastor y lo siguen dondequiera que vaya, o si somos ovejas que andamos descarriadas, que no escuchamos las advertencias de peligro del Buen Pastor, que nos previene de las ocasiones de pecado e igualmente caemos en él, siendo luego fáciles presas del Lobo Infernal. Pidamos a la Buena Pastora, la Virgen María, de reconocer siempre la voz del Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, para que nunca nos apartemos del rebaño pequeño y fiel aquí en la tierra, para que luego adoremos al Cordero por la eternidad en los cielos.


miércoles, 17 de abril de 2024

“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”

 


“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn 6, 44-51). Jesús se nombra a Sí mismo como “Pan Vivo bajado del cielo”. Para contraponer esta figura nueva, jamás aplicada por nadie para sí mismo como lo hace Jesús, trae a la memoria el maná del desierto, al cual los judíos consideraban como al “pan bajado del cielo”. Es verdad que el maná del desierto era un “pan bajado del cielo” y en esto se parece a Jesús, quien se auto-proclama como “Pan bajado del cielo”, pero las diferencias con el Pan que es Jesús son mayores que las coincidencias. La única similitud es que ambos vienen del cielo: el maná, porque es un pan dado por Dios, por un milagro divino; el Pan Vivo que es Jesús, también viene del cielo y es un milagro divino, por cuanto es un don de Dios Padre. Las diferencias consisten en que el maná del desierto era un pan material, que alimentaba el cuerpo -por eso Jesús les dice que sus padres comieron ese pan pero murieron- y que solo les servía para que no muriesen por hambre en su peregrinar hacia la Jerusalén terrena. El maná del desierto, entonces, era un pan material, que saciaba el hambre corporal y que impedía solamente la muerte corporal por inanición y su substancia era una substancia similar al pan terreno que el hombre consume todos los días. En otras palabras, puede decirse con toda razón que era un “pan muerto”, sin vida, en el sentido de que al ser material, no tenía vida en sí mismo, aunque servía para conservar la vida terrena.

El Pan Vivo bajado del cielo, que es Jesús, se diferencia en cambio porque es un Pan, precisamente, “vivo”, porque tiene vida en Sí mismo, desde el momento en que posee la Vida Eterna, que es la vida del mismo Señor Jesús. Al ser un “Pan Vivo”, que vive con la vida eterna, comunica de esta vida eterna a quien lo consume con fe, con amor y con piedad y en estado de gracia y es esto lo que dice Jesús: “El que coma de este pan vivirá eternamente”, es decir, si bien morirá en la primera muerte, la muerte corpórea, no sufrirá la segunda muerte, que es la eterna condenación, porque al haberse alimentado en esta vida con la Sagrada Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, posee ya en esta vida, en germen, la vida eterna, vida que se desarrollará en su plenitud en el momento de pasar por el umbral de la muerte, de esta vida a la otra. El Pan Vivo bajado del cielo, que es la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, concede la vida eterna, la vida divina de la Trinidad, a quien lo consume con fe y con amor y por eso no “morirá eternamente”, sino que “vivirá eternamente”, porque el alma se alimenta con la substancia divina de la Trinidad, que es eterna por definición.

“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”. Quien se alimenta de la Eucaristía, posee ya en germen, la vida eterna, la vida misma de la Santísima Trinidad, la vida del Sagrado Corazón de Jesús. Si alguien comprendiera estas verdades de la fe católica, no dejaría pasar ni un solo día sin alimentarse de la Eucaristía.

“Yo Soy el Pan de Vida”

 





“Yo Soy el Pan de Vida” (Jn 6, 30-35). Le piden a Jesús un signo para que crean en Él y como prueba, traen al recuerdo el maná bajado del cielo, al que ellos le llaman “el pan bajado del cielo”. Gracias a este maná, dicen, sus antepasados pudieron alimentarse y así atravesar el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Los judíos están convencidos de que ese maná, recibido cuando Moisés los guiaba por el desierto, es el verdadero y único maná bajado del cielo.

Pero Jesús los saca del error en el que se encuentran: el verdadero maná no es el que les dio Moisés; el verdadero Pan de vida no es lo que comieron sus antepasados en el desierto; el Verdadero Pan bajado del cielo es Él mismo, que entregará su Cuerpo y su Sangre glorificados, una vez atravesado el misterio pascual, oculto en lo que parece pan pero no es pan, sino Él en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y este Verdadero Maná, este Verdadero Pan bajado del cielo, que es un don del Padre y no de Moisés, es la Sagrada Eucaristía. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando les dice: “No es Moisés el que les dio el pan del cielo; es mi Padre quien les da el Verdadero Pan del cielo”.

El Verdadero Pan del cielo es entonces la Eucaristía, porque el maná que recibió el Pueblo Elegido en el desierto era un pan material, milagroso, sí, porque venía del cielo, pero era solo pan; en cambio la Eucaristía viene del cielo, viene del seno del Padre y es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo del Padre Eterno, Nuestro Señor Jesucristo. Además, el maná que recibieron a través de Moisés les permitió atravesar el desierto terreno, para llegar a la Jerusalén terrenal, alimentando sus cuerpos y evitando así que fallezcan de hambre; en el caso de la Eucaristía, el Pan bajado del cielo, enviado por el Padre, alimenta principalmente el alma, para evitar que el alma desfallezca ante las tribulaciones de la vida y concede al alma una participación en la fortaleza divina, que le permite atravesar el desierto del tiempo y de la historia humana para llegar, no a la Jerusalén terrena, sino a la Jerusalén celestial.

Si queremos atravesar el desierto de la vida con la fortaleza, la serenidad, la alegría y la paz del mismo Jesucristo, para así llegar a la Jerusalén celestial, hagamos entonces el propósito de alimentarnos del Verdadero y Único Maná celestial, el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.


jueves, 11 de abril de 2024

“Ustedes son testigos de todo esto”

 



(Domingo III -TP - Ciclo B – 2024)

         “Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24, 35-48). Jesús resucitado les resume su misterio pascual de muerte y resurrección, les renueva la misión de anunciar dicho misterio a toda la humanidad y para eso “les abre la inteligencia”, para que puedan comprender “las Escrituras”, la Palabra de Dios. En otras palabras, les abre la inteligencia con la luz del Espíritu Santo, para que puedan comprenderlo a Él, que es la Palabra de Dios por excelencia. Sin esta luz del Espíritu Santo, el ser humano se pierde en las estrechas fronteras de su razón natural y tiende, por naturaleza, a dejar de lado lo que no entiende, como por ejemplo los milagros de Jesús y, lo que es más grave todavía, deja de lado todo lo sobrenatural que el misterio pascual de Jesús implica. Eso es lo que sucedió con Lutero, con Calvino, y con todos los reformadores protestantes, los cuales, al rebelarse contra la Iglesia Católica, perdieron la luz del Espíritu Santo y se quedaron con su sola razón natural, lo cual les hizo perder por completo la esencia, el sentido y la razón misma de ser de la Encarnación del Verbo y de su misterio pascual de muerte y resurrección.

         Esto mismo nos puede pasar a nosotros los católicos, en relación al misterio pascual y a su actualización sacramental y litúrgica en el tiempo, que es la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía y así es como surge el modernismo, el progresismo, descartando y dejando de lado todo lo que no entiende, todo el misterio sobrenatural que posee la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía. Esto es lo que explica que hayan sacerdotes que bailen en Misa, o que celebren Misa vestidos de payasos -literalmente-, de raperos, de osos de peluche o incluso que ambienten la Misa con objetos satánicos como los de Halloween, todo lo cual está debidamente documentado. Esto es lo que explica la ausencia de sacralidad en la música, la gran mayoría de la cual parecen pésimas baladas pseudo-sentimentales de la década de los setenta, con letras religiosas; es lo que explica que se haya perdido por completo la hermosa arquitectura de las catedrales católicas, que reflejaban en la Edad Media lo sagrado, desde el principio hasta el fin, reemplazando dichas catedrales por edificios vacíos de sacralidad y llenos de mundanidad. Todo esto se produce cuando el hombre no posee la luz del Espíritu Santo y cuando esto sucede, todo lo reduce al estrecho límite de su comprensión, cayendo en un malsano racionalismo, dejando de lado todo el misterio sobrenatural absoluto que, originándose en la Trinidad, desciende sobre la Iglesia y se manifiesta en su arquitectura, en su música, en su prédica. Lo más grave de todo es la pérdida del sentido sobrenatural en cuanto a Jesús -no se lo considera más el Hombre-Dios ni tampoco que prolongue su Encarnación en la Eucaristía- y en cuanto a su misterio pascual, que es salvar a la humanidad de la eterna condenación para conducirla al Reino de los cielos, reduciendo el contenido de su mensaje a una serie de consejos de auto-ayuda que ni siquiera son útiles para la vida de todos los días, dando la impresión de que la Iglesia es una especie de ONG religiosa que se encarga de la ecología y del medio ambiente y no de la salvación de las almas, de la lucha contra las pasiones y contra el Enemigo de Dios y de los hombres, el Ángel caído, Satanás.

         Nuestra religión católica es una religión de misterios y así lo dice el Misal Romano ya al inicio de la Misa: “Hermanos, confesemos nuestros pecados para que podamos participar dignamente de estos sagrados misterios”. El sacerdote da la absolución de los pecados veniales al inicio de la Misa, para que participemos con dignidad de un misterio, el misterio más grande de todos, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, que se llevará a cabo por la liturgia eucarística. La Eucaristía es un misterio -que nos alimentemos con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo de Dios-, la Confesión es un misterio -que la Sangre del Cordero caiga sobre nuestras almas quitándonos nuestros pecados-, la Confirmación es un misterio -que recibamos a la Tercera Persona de la Trinidad en nuestras indignas almas-; en definitiva, toda nuestra religión es un misterio sobrenatural absoluto y si Jesús no nos infunde su Espíritu Santo, si Jesús no nos ilumina con su luz divina, caemos en el peor de los racionalismos, que nos impide precisamente vivir y practicar nuestra religión como una religión de misterios absolutos originados en la Santísima Trinidad, reduciendo todo a lo que hacen los protestantes, una simple reunión fraterna religiosa en donde se recuerda con la memoria la Última Cena y reduciendo al cristianismo a una especie de terapia de auto-ayuda emocional y afectiva, que tiene que acompañarse de lastimosos cantos sensibleros para despertar emociones de auto-compasión en los que se dicen cristianos. Esto último es lo que sucede en una secta evangelista, pero no es la religión católica. Además de pedir el perdón de los pecados al inicio de la Santa Misa, debemos pedir la asistencia del Espíritu Santo para que, iluminados por su luz divina, participemos dignamente de los Santos Misterios del Altar Eucarístico, la Santa Misa.


Jesús multiplica panes y peces

 


Jesús multiplica panes y peces (cfr. Jn 6, 1-15). ¿Cómo se produjo este milagro y qué significado tiene? El milagro es un milagro de orden físico, material, en el que se multiplican, o mejor, se crean de la nada, los átomos, las moléculas, las células, de la materia que forma parte de los peces y también del pan, de manera tal que donde antes había un solo pez y un solo pescado, luego del milagro puede haber diez, cien o mil de cada uno, según la disposición de la Divina Sabiduría. Jesús puede hacer este milagro desde el momento en el que es Dios y al ser Dios es Omnipotente y al ser Omnipotente, es Creador de la materia: crear la materia significa traer al ser y a la existencia algo que antes no era y no existía, tal como sucedió al inicio de los tiempos, con la creación del universo. Si Cristo puede crear el universo de la nada, con su poder divino, no es difícil pensar que también puede crear de la nada un puñado de panes y un poco de pescados, lo cual, comparado con el milagro de la creación del universo, es un milagro casi insignificantes. Esto es en cuanto a cómo se produjo el milagro en sí mismo.

La otra pregunta que nos debemos responder es acerca del significado: ¿cuál es el significado de este milagro?

Por un lado, tenemos el obvio significado inmediato, que es el de dar de comer y así satisfacer el hambre de una multitud de unas diez mil personas, las que se habían congregado para escuchar a Jesús. Con los panes y los pescados, Jesús satisface el hambre corporal de los hombres.

El otro significado es sobrenatural: el milagro de la multiplicación de panes es el anticipo y la prefiguración de otro milagro, infinitamente más grandioso que el de la multiplicación de panes y peces e incluso también que el de la creación del universo y es la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre. Con su Cuerpo y su Sangre, Jesús alimentará las almas de sus discípulos, saciando así el hambre espiritual de Dios y de su Amor, de su Paz, de su Alegría, de su Fortaleza, que todo ser humano posee desde que nace, aun cuando ni siquiera se dé cuenta de ello.

Jesús multiplica panes y peces en el Evangelio, saciando el hambre corporal de miles de personas; en la Santa Misa, Jesús hace un milagro infinitamente más grandioso y es el de convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, para multiplicar su Presencia Eucarística, para alimentarnos con su divinidad, con el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. A nosotros, entonces, no nos da pan material ni carne de pescado, sino el Pan de Vida eterna, el Pan Vivo bajado del cielo y la Carne del Cordero, la Sagrada Eucaristía. Postrémonos entonces en acción de gracias y en adoración ante este milagro de su Sagrado Corazón.