viernes, 2 de abril de 2010

Jueves Santo: La Última Cena, la Primera Misa





Debemos estar muy atentos para no dejar pasar por alto el significado de la Última Cena, y de la liturgia de la Última Cena. Puesto que en la Última Cena Jesús habla del don de sí mismo, podemos creer que el cristianismo se reduce a donar parte de nuestro ser en las diversas circunstancias de la vida, como por ejemplo, donar mi tiempo, donar mi inteligencia, donar mi dinero, etc. Por otro lado, en la misa del Jueves Santo, se realiza el lavatorio de los pies, y como esto implica una enorme humildad, podemos creer, equivocadamente, que el mensaje de Jesús se reduce a un llamado a la humildad, exhortándonos a través de su ejemplo.
En la Última Cena hay algo más que el don de sí mismo, y en la Santa Misa, hay mucho más que un llamado a simplemente vivir la virtud de la humildad.
Para comprender el sentido sobrenatural de la Última Cena, y el sentido de la Misa, como representación sacramental de la Última Cena y del sacrificio de la cruz, hay que remontarse a la pascua judía. La pascua judía consistía en una comida ritual, un banquete con significado religioso, en el que se conmemoraba la doble liberación de Israel: la liberación de la esclavitud de Egipto, y la liberación que iba a traer el Mesías, cuando viniera[1]. Según la tradición judía, esta liberación por parte del Mesías, se debía cumplir en el transcurso de una pascua. La Última Cena de Jesús coincide con la pascua judía, y no es por casualidad: en la Última Cena, la Pascua de Jesús, se cumplirá todo lo que estaba prefigurado en la pascua judía.
En la pascua judía se servían hierbas amargas, las cuales recordaban a los israelitas el alimento que recibían en Egipto, tierra de esclavitud; luego, se servía pan ázimo, sin levadura, además del cordero pascual, asado, y vino. El padre de familia tomaba el pan, lo levantaba, y decía: “Este es el pan que nuestros padres comieron en Egipto. Quien tiene hambre que se acerque. Quien tenga necesidad, que venga a celebrar la Pascua”[2]. Se encendían las luces, se bendecía a Dios por haber creado la luz, y luego, el más joven de la familia, preguntaba: “¿Por qué esta noche es distinta a las otras?”. Respondía el padre de familia, haciendo un recuento histórico de todos los milagros obrados por Yahvéh a favor de Israel, desde la liberación de Egipto, hasta la promulgación de la ley[3].
Finalizado esto, el padre de familia tomaba el pan, lo partía, y bendecía a Dios diciendo: “Bendito seas, Señor Dios nuestro, que haces producir el pan de la tierra”.
Consumía el pan, luego consumía el cordero, que había sido preparado con las hierbas amargas, y se servía el vino, con otra fórmula de bendición[4].
La Pascua Judía era un anticipo y una prefiguración de la verdadera Pascua, la Pascua de Jesús, de ahí la importancia de conocerla. En la Pascua Judía se servían hierbas amargas, como recuerdo de la esclavitud de Egipto; además, se servía pan ázimo, junto al cordero pascual, asado en el fuego, y vino, en el cáliz de bendición. Se recitaban oraciones de alabanzas y de acción de gracias, y se recordaban los prodigios obrados por Yahvéh a favor del Pueblo Elegido. En la Última Cena, las hierbas amargas están reemplazadas por la amargura de la Pasión, por la inminencia de los dolores que habrán de abatirse sobre el Hombre-Dios; en la Última Cena se sirve pan ázimo, sin levadura, el Pan de Vida Eterna, y se sirve además carne de cordero, la carne gloriosa, resucitada, asada en el fuego del Espíritu Santo, del Cordero de Dios; se acompañan estos alimentos con el Vino de la Alianza Eterna y definitiva, servido en el cáliz de bendición, el cáliz del altar. La Última Cena es la realidad de la figura que era la Pascua Judía, pero también es el anticipo sacramental del sacrificio de la cruz: en el sacrificio de la cruz, se inmola el Cordero de Dios, en el fuego del Espíritu, y se entrega como Pan de Vida eterna para la salvación del mundo, y derrama su sangre, la cual será servida, como Vino de la Alianza Eterna y definitiva, en el banquete escatológico, la Santa Misa.
La Pascua Judía era un anticipo de la Pascua de Jesús, y la Pascua de Jesús, la Última Cena, es un anticipo del Sacrificio de la cruz y del Sacrificio del altar.
Las celebraciones litúrgicas encierran un gran misterio, y es por este motivo que no tenemos que perder de vista el misterio sobrenatural en el que estamos inmersos: si la Pascua Judía es una prefiguración de la Última Cena, la Última Cena es la Primera Misa, y la Misa es la renovación sacramental de la Última Cena y del Sacrificio del Calvario. Es la Primera Misa, porque en la Última Cena Cristo pronuncia las palabras de la consagración –esto es mi cuerpo, esta es mi sangre-, y deja, en la Hostia del Cenáculo, su Presencia sacramental, antes de subir a la cruz. En la Última Cena Cristo entrega, en modo sacramental, su Cuerpo y su Sangre, los cuales serán entregados en forma real en el sacrificio de la cruz. La Última Cena anticipa el Sacrificio de la cruz, y en la Santa Misa se renuevan sacramentalmente, tanto el Sacrificio de la cruz, como la Última Cena.
[1] Cfr. Rocchetta, C., I sacramenti della fede, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 1998, 100.
[2] Cfr. Rocchetta, o. c., 101.
[3] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[4] Cfr. Rocchetta, ibidem.

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