miércoles, 6 de febrero de 2013

“Navega mar adentro y echa las redes”



(Domingo V - TO - Ciclo C - 2013)
         “Navega mar adentro y echa las redes” (Lc 5, 1-11). A pesar de que Pedro y los demás pescadores han pasado la noche intentando pescar en vano Jesús, contra toda lógica y sin tener en cuenta el cansancio de los pescadores, le ordena a Pedro navegar mar adentro y echar las redes. Pedro pretende hacerle ver a Jesús que han pescado toda la noche, pero obedece el mandato de Jesús. Para sorpresa y admiración de todos, la pesca es tan abundante, que las barcas amenazan con hundirse.
         En este episodio de la pesca milagrosa cada elemento tiene un sentido y un significado sobrenatural: la barca es la Iglesia; Pedro y los pescadores, el Papa y los cristianos; el mar es el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres; la pesca de noche, es el “activismo”, o el trabajo apostólico de la Iglesia sin Cristo, basado en las solas fuerzas humanas, destinado desde el inicio al fracaso; la pesca milagrosa, de día y bajo las órdenes de Cristo, significa la misión de la Iglesia, que es fructífera sólo cuando confía en Cristo y su gracia; los peces que no son pescados a la noche, son los hombres a los que el mensaje evangélico no les llega, debido al activismo de los religiosos, que piensan que con sus esfuerzos, sin contar con Dios, lograrán conquistarlos; los peces en la red simbolizan a los hombres que ingresan en la Iglesia por la gracia santificante, que bendice el esfuerzo humano por inculturar el Evangelio. El activismo religioso, representado en la pesca infructuosa, es la actitud más peligrosa para la Iglesia, porque el religioso enfermo de activismo, es decir, que hace apostolado sin oración y sin contar con la gracia de Dios, se comporta en el fondo como un ateo, con lo cual pervierte la esencia de la religión, que es unir al hombre con Dios en el Amor; el religioso activista –y pueden existir instituciones enteras contagiadas y enfermas de activismo- se convierte así en una paradoja, en un ser monstruoso: un “ateo religioso”, que niega a Dios con su misma religión.
         El episodio nos muestra entonces el valor de la fe en Jesús, demostrada por Pedro, como Vicario de Cristo, que obedece a pesar de que humanamente la empresa no parece ser éxito. Si hubiera razonado humanamente, si hubiera confiado en su sola razón, sin abandonarse en Dios –cuyos designios son insondables, como el mar en el que debe adentrarse-, Pedro no habría logrado nunca pescar tal cantidad de peces, porque humanamente todo era contrario: ya habían intentado pescar toda la noche, hora propicia para la pesca; en consecuencia, estaba suficientemente demostrado que el lugar no era el adecuado; se habían empleado todos los medios y todos los hombres necesarios para la tarea, y todo había resultado un fracaso; por lo tanto, nada justificaba el intentar con la pesca.
         Pero Jesús no se detiene en las consideraciones humanas, y no por temeridad o desconocimiento, sino porque Él es Dios; Él es el Creador de los peces; Él es Creador del mar en donde se encuentran los peces; todo el universo le obedece al instante; basta que Él solamente lo desee, y los peces acudirán en número incontable, como de hecho sucede, a las redes. Jesús, en cuanto Dios, sabe qué es lo que sucederá; sabe que los peces le obedecerán y llenarán las redes, porque todo el Universo le obedece como a su Dios y Creador.
         Todo el Universo le obedece, pero menos el hombre, que dotado de inteligencia y libertad, haciendo mal uso de esos dones, se ha rebelado contra su Creador, siguiendo en esa rebelión al ángel caído, el Príncipe de la mentira, el Homicida desde el principio.
         En este sentido, la obediencia de Pedro, basada en la fe en Cristo como Palabra eterna del Padre, representa la obediencia de la Iglesia, en donde se origina la Nueva Humanidad, la Humanidad nacida por la gracia y convertida en hija adoptiva de Dios. La fe de Pedro en la Palabra de Jesús repara, de esta manera, la desobediencia original de Adán y Eva, y si estos por la desobediencia perdieron todos los dones, la Iglesia, por la obediencia a Cristo, obtiene esos dones y más todavía, porque por la gracia redime a la humanidad perdida, Redención a su vez simbolizada en los peces que quedan atrapados en la red.
           “Navega mar adentro y echa las redes (...) Si tú lo dices, echaré las redes”. El episodio evangélico nos deja entonces como enseñanza que nuestra fe en Cristo debe ser como la fe de Pedro, el Vicario de Cristo. Si queremos saber en quién tenemos que creer y cómo tenemos que creer, lo único que debemos hacer es mirar al Santo Padre, el Vicario de Cristo y creer en quien cree él y como cree él. El Papa es nuestro modelo de fe en Cristo, el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada en una naturaleza humana, y es modelo de cómo debe ser nuestra fe en Cristo en todo momento: creer contra toda esperanza en la Palabra de Dios, aún cuando parezca humanamente que todo está perdido: "Si Tú lo dices, echaré las redes".           
         “Navega mar adentro y echa las redes”. Pedro y la Iglesia, simbolizados en la barca que se adentra en el mar, son enviados por Cristo, Palabra eterna del Padre; el envío misional de Pedro y de toda la Iglesia, se produce luego del encuentro con Cristo, Palabra encarnada del Padre, y el éxito -la salvación eterna de los hombres- está garantizado desde el inicio, desde el momento en que la misión está bajo la guía de Jesucristo y su Espíritu, y no bajo el mero esfuerzo humano del hombre sin Dios.
Este envío luego del encuentro con Cristo está anticipado en el Antiguo Testamento, en el episodio del profeta Isaías: es enviado a misionar luego de ser purificados sus labios con una brasa ardiente, símbolo de la Eucaristía. De la misma manera a como el profeta Isaías es enviado a la misión –“Aquí estoy, envíame”- luego de que sus labios son purificados por el contacto con la brasa ardiente tomada del altar con las pinzas, por el ángel de Dios, así el creyente que asiste a la Santa Misa es enviado a la misión, al mundo, al finalizar la Misa, luego de recibir el Ántrax o Carbón ardiente, nombre dado por los Padres de la Iglesia al Cuerpo de Cristo. Y si el profeta Isaías se enciende en ardor misionero –“Aquí estoy, envíame”, le dice a Yahvéh- y es enviado a misionar luego de ser purificados sus labios con una brasa, con cuánta más razón el cristiano debe ver encendido su ardor misionero, desde el momento en que no son sus labios los que son purificados por una brasa ardiente, sino que su corazón es abrasado en el Amor divino, al entrar en contacto con el Carbón ardiente, el Ántrax, el Cuerpo de Jesús resucitado en la Eucaristía. Inflamado su corazón en el Amor de Dios, comunicado por la Eucaristía así como el fuego del leño se comunica al pasto seco y lo hace arder, así el cristiano debe decir a Dios: “Aquí estoy, envíame al mundo, a proclamar tu Amor”. Así, enviado por la Palabra de Dios, navegará mar adentro, en el mundo y en la historia de los hombres, y bajo la guía del Espíritu de Dios, obtendrá algo más grande que pescar abundantes peces: obtendrá la salvación eterna de muchas almas.

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