domingo, 24 de febrero de 2013

“Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den”





“Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den” (Lc 6, 36-38). Jesús nos propone, en pocas líneas, un plan de vida sumamente sencillo, aunque muy exigente. Un plan que, de cumplirlo, nos llevaría a las más altas cumbres de la santidad en esta vida y a la más alta participación en la gloria y visión beatífica en la otra.
Cuando Jesús nos dice: “Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den”, lo que está haciendo, en realidad, es proponernos que lo imitemos a Él en la Cruz:
-“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”. Jesús crucificado es la más grande muestra de Amor misericordioso por parte de Dios Padre, porque Él entregó a su Hijo en la Cruz para que nosotros fuéramos salvados; Jesús se interpuso entre la ira de la Justicia divina y nosotros, salvándonos de la muerte eterna. Cristo crucificado es el modelo a imitar por parte nuestra, cuando nos preguntemos cuál es la medida de la misericordia que debemos aplicar para con nuestros hermanos más necesitados.
-“No juzguen y no condenen, y no serán juzgados ni condenados, perdonen y serán perdonados”. Jesús en la Cruz no nos juzga o, si queremos, nos juzga con infinita misericordia, porque sus heridas abiertas y su Sangre derramada claman al Padre perdón y misericordia, y si Jesús hace esto con nosotros, no solo debería avergonzarnos el juzgar a los demás con tanta ligereza y con tanta malicia, sino que deberíamos ser siempre indulgentes para con nuestro prójimo, olvidando en nombre de Cristo todas las ofensas. Cristo en la Cruz no nos condena, y es la razón por la cual no debemos condenar con el juicio a los demás. Si Cristo nos perdona en la Cruz, no podemos no perdonar a nuestros enemigos.
-“Den, y se les dará”. Cristo en la Cruz nos da no de lo que le sobra, sino todo lo que tiene y lo que es: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y nos lo da a nosotros, indigentes y menesterosos, para que nos enriquezcamos con el don de su Amor misericordioso. Si queremos saber cuánto tenemos que dar, material y espiritualmente, a nuestro prójimo que sufre, sólo tenemos que contemplar a Cristo en la Cruz, que nos da la totalidad de su Ser trinitario, sin reservas.
Cristo en la Cruz es misericordioso, no nos juzga ni condena, y nos da todo lo que tiene y todo lo que Es, pero también en cada Eucaristía renueva su misericordia, su indulgencia, su perdón y su don de sí mismo, porque se nos dona todo Él como don del Amor infinito del Padre. Si comulgamos, no podemos negar el auxilio a nuestros hermanos; no podemos juzgarlo y condenarlo, no podemos no perdonarlo, no podemos no dar “hasta que duela”, como dice la Madre Teresa.

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